Un local de culto para la generación de los 80
Federico Ortega –
Sólo aquellos que pasaron una tarde dominguera hincando el diente a un Guapo Doble con papas, sorbiendo hasta el fondo una espesa merengada de fresa o de chocolate, destrozando a dentelladas presas de pollo a la broaster, crujientes y jugosas, saben de qué estoy hablando, del TropiBurguer.
Y específicamente del TropiBurguer de Caribe, donde hoy se encuentra otro local de comida rápida de firma extranjera y sin el estilo y el ambiente de nuestro criollo restaurante tipo americano donde la generación de los 80 estableció su templo gastronómico.
El TropiBurguer de Caribe abrió sus puertas en la parroquia Caraballeda durante la última mitad de la década de los 70, y las mantuvo abiertas hasta finales de los 90. Pero fue en los 80 cuando alcanzó su máximo esplendor hasta convertirse en un local de culto para la juventud de esa influyente década.
El menú del TropiBurguer, o del Tropi, nombre familiar que se le daba a este local, era sencillo, juvenil y muy atractivo, se servían combos de hamburguesas, papas fritas, ensalada “rallada” o ensalada Tropi, y la bebida que era un refresco pequeño, mediano o grande, y claro, con uno grande se arreglaban dos por lo que era el más solicitado por los chamos, sobre todo si iban en pareja.
Las hamburguesas fueron épicas, como el Guapo Doble, el Doble con queso, el Guapo con tocineta, el Granjero con una milanesa de pollo, los combos de pollo a la broaster que presentaban en cajas tipo picnic con 21 piezas de crujiente pollo, papitas o arepitas fritas, y la infaltable ensalada rallada.
Una de las innovaciones del TropiBurguer fue el Vikingo, un sándwich de pescado, ese fue el que marcó época, un filete de merluza empanizado, lechuga troceada y salsa tártara, un bocado gourmet para los más exigentes. El ambiente en este local era insuperable, así como las guerras de salsas que se armaban entre las mesas cuando la muchachada disparaba mayonesa, kétchup y mostaza con los dispensadores, gracia que costó el retiro de los dispensadores de las mesas por orden de la gerencia.
Pero además de la comida y el ambiente la gerencia de TropiBurguer ideó ofrecer otros atractivos como el famoso tobogán gigante de seis canales y la pantalla de cine en el estacionamiento donde se proyectaban películas de corte familiar, generalmente de Disney y repetidas hasta el cansancio pero que uno disfrutaba como un estreno de taquilla comiendo papitas fritas y tragando
litros de merengada.
En este TropiBurguer se tejieron romances que culminaron en bodas, se descubrieron “cachitos” que valieron divorcios y se vieron monumentales peleas entre grupos rivales que se daban cita en el estacionamiento para arreglar las cosas “como caballeros” a punta de puñetazos, patadas y llaves al mejor estilo de Bruce Lee. Pero el Tropi murió, y a pesar de las nuevas franquicias que hoy dominan el mercado éstas no han logrado dominar la nostalgia que sentimos por el viejo TropiBurguer de Caribe, un local que pasó a formar parte de nuestra historia urbana.
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